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El portador de naranjas en Tahití: tradición, orgullo y resistencia en las montañas polinesias

  • loureibel
  • 16 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 17 ago

Un viaje ancestral por los senderos del interior


Más allá de las playas y los hoteles de lujo, Tahití esconde otra cara, más salvaje, más real. Cada año, durante los meses frescos del invierno austral (junio a agosto), decenas de hombres y mujeres emprenden una ruta exigente en las montañas del valle de Punaruu. Suben a pie durante horas por senderos escarpados y húmedos, cargan sacos llenos de naranjas silvestres y descienden lentamente hasta el valle. Son los portadores de naranjas, y a sus espaldas llevan una historia tan cargada de significado como los senderos que recorren.


Portadores de frutas durante la Fiesta de la Naranja en Tahití - Crédito foto: © Moemoea Viajes.
Portadores de frutas durante la Fiesta de la Naranja en Tahití - Crédito foto: © Moemoea Viajes.

Un legado natural y cultural único


Las naranjas fueron introducidas en Tahití alrededor de 1775 por exploradores europeos. El clima subtropical, el suelo volcánico y la altitud permitieron que estas frutas crecieran de manera casi espontánea en las zonas altas de la isla. Durante el siglo XIX, la producción de naranjas en Tahití creció de manera significativa y se exportaron grandes cantidades hacia mercados como California y otros destinos en el Pacífico. Esta actividad comercial fue una parte importante de la economía local durante ese período, aunque las cifras exactas de exportación varían según las fuentes. Sin embargo, con el tiempo, el acceso difícil y los cambios económicos hicieron que esta práctica comercial desapareciera, quedando solo la tradición del portador como testimonio vivo.


El desafío del cuerpo… y del alma


Hoy en día, los portadores siguen subiendo a las montañas, algunos por convicción cultural, otros como entrenamiento físico, y muchos como parte de la Fiesta de la Naranja en el municipio de Punaauia. El trayecto implica caminar entre 6 y 8 horas, dependiendo de las condiciones, cargar hasta 60 kg de fruta y regresar con equilibrio, técnica y resistencia.

No cualquiera puede hacerlo. Se requiere una mezcla de fuerza, sabiduría local y respeto por la montaña. Muchos jóvenes aprenden desde pequeños acompañando a sus mayores, quienes les enseñan a leer los signos del bosque, a evitar caminos peligrosos y a cuidar el fruto como un tesoro.


Las naranjas de montaña: sabor puro


Las naranjas que crecen en altitud son distintas a las comerciales. Son más pequeñas, de cáscara gruesa, jugosas y dulces. Gracias a la humedad constante y la falta de intervención humana (no se usan fertilizantes ni pesticidas), estas frutas tienen un sabor único, salvaje y muy buscado en los mercados locales. Para muchas familias, estas naranjas no son solo alimento. Representan la conexión con los ancestros, el orgullo de pertenencia y un vínculo espiritual con la tierra.


El desfile de los portadores: orgullo comunitario


Cada mes de julio, se celebra en Punaauia la Fête de l’Orange, donde los portadores desfilan con sus sacos al hombro. Participan jóvenes, veteranos, mujeres, grupos deportivos y asociaciones culturales. No es una competencia, sino una celebración de esfuerzo colectivo, identidad local y transmisión intergeneracional.

El evento, apoyado por el municipio y ampliamente cubierto por los medios polinesios, se ha convertido en una vitrina del patrimonio inmaterial de la isla. A través de esta fiesta, la comunidad reconoce el valor de quienes cuidan de las tradiciones sin pedir reconocimiento.


Una experiencia auténtica para el viajero curioso


Algunos guías proponen hoy caminatas inspiradas en la ruta de los portadores. Es una actividad ideal para quienes buscan salirse de los circuitos turísticos convencionales y conectar con la naturaleza y la cultura local. Caminar por la selva, recolectar frutas, compartir comida y conversación con habitantes de las zonas interiores permite entender la Polinesia desde dentro, más allá de los clichés. Es una forma de viajar con sentido, de vivir una experiencia que deja huella.


Una tradición que sigue su camino


Pese a los cambios del mundo moderno, el portador de naranjas sigue caminando. Lleva sobre sus hombros más que fruta: carga la memoria de su pueblo, la historia de la isla y el vínculo esencial con la montaña. Con cada paso, mantiene vivo un legado que no necesita escaparate ni escenario: basta con seguir subiendo.

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